jueves, 6 de mayo de 2010

280 días y 280 noches

Ni una más, ni una menos. Exactamente a las 40 semanas. Ni 15 días antes, ni 15 días después. El sábado 3 de octubre nació Vicente.
Hasta el día anterior no hubo ningún indicio concreto de que el parto estuviera cerca. "Mmmm todo muy verde" había dicho el doctor, “aunque nunca se sabe”.
Por las dudas, apenas salidos de la consulta, nos fuimos a almorzar y a caminar un poco aprovechando lo que sería nuestra última tarde primaveral de pareja sin hijos. Hijos de los dos, claro.
Algo había en el ambiente. Algún dolor un poco más fuerte. Una sensación, una intuición o simplemente las ganas de que por fin llegara el día.
Nos dormimos sin novedades en el frente y con los dos hermanos de Vicente en el cuarto de al lado. Ya que esperamos tanto, que no sea justo hoy que están los chicos en casa, pensé.
Pero ya tenía claro, desde hacía unos meses, que ni el cuerpo, ni los hijos se manejan según la organización cronometrada que yo pretendía. Así que entrada la madrugada algunos dolores, ahora sí fuertes y distintos a los de siempre, empezaron a preparar el camino.
A las 7.30 de la mañana con bolsa rota, dolores fuertes, cuñada en casa para atender a los otros chicos y marido organizando la movida, me metí en la ducha.
Tres horas y media después, Vicente estaba prendido a la teta y unas cuantas horas más tarde, ya estábamos los tres rodeados de familia y regalos, tal como había deseado en el post anterior.

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