En los útimos tiempos han proliferado campañas, trabajos documentales, muestras fotográficas que intentan revalorizar la mirada sobre el cuerpo femenino, más allá de los cánones de belleza establecidos:
Me
generan una sensación dicotómica. Está claro que la mayor parte de las
mujeres no quedamos, después de un hijo, como Nati Oreiro o Luisana
Lopilato. Y está bien que eso no nos enloquezca y no creamos que es el
fin de nuestras vidas como mujeres. Ok.
Ahora, ¿tiene algo
de malo querer perder el peso que una sumó en el embarazo, recuperar
algo de la cintura de antaño o que las tetas no nos queden como pasas de uva? ¿nos ubica ese deseo, o al menos esa intención, en un lugar de madres menos
amorosas o menos abnegadas por nuestros niños? Y más aún, la
proliferación de books, campañas, fotitos que además están producidas
estética y artísticamente, ¿no termina siendo una estetización del cuerpo post-parto
tan sesgada como las otras estetizaciones y representaciones de belleza
femenina?
Se confirmó el sexo y la rueda de los
nombres empezó a girar. No es que hasta ese momento no tuviéramos
ninguno dando vueltas, pero en general, uno espera a tener
algunas certezas. Nunca fui de las que tienen un nombre pensado desde los 15 para cuando tengan un hijo a los 40. Por otro lado la combinación entre un débil
diagnóstico y la fuerte expectativa de niña, había orientado la ruleta
para el lado de los nombres de mujer.
Por eso, desde que la
ecografía siguiente canceló toda ilusión de romper la racha, cambiamos
el foco y volvimos a las listas de nombre de varón.
Pasan
los días y los sobrenombres del estilo bebu, porot, el nuevo, el próximo
y cosas por el estilo empiezan a resultar incómodos, pero la realidad es
que el nombre no llega.
Yo digo que es como buscar una
casa, uno mira y mira durante meses departamentos grandes chicos, con
balcón, sin balcón, casa con terraza o jardín, cerca de la avenida o
lejos de todo. Y hace listas mentales de ventajas y desventajas, hasta que
finalmente la casa llega y no importa tanto si es cerca o lejos, si
tiene jardín o balcón. Algo te enamora y las desventajas se desvanecen.
Con
los nombres pasa algo parecido. Todos los de la lista nos gustan. Pero
uno es largo, otro es corto, uno no queda bien con el apellido, del otro
no nos gustan los apodos, uno nos hace acordar a tal o cual y se
descarta de inmediato.
Opinan los abuelos, los tíos, los
primos, los hermanos, los compañeros de trabajo y los amigos. La
opinión, por supuesto, no implica únicamente el aporte solidario de
ideas, sino básicamente la defenestración con todo tipo de argumentos,
de cualquiera de nuestras posibilidades.
Así que acá seguimos,
revisando listas de caudillos y próceres, santorales de las fechas
aproximadas, listas de compañeros de todos los hermanos y primos,
nombres de hijos de compañeros de trabajo, vecinitos y amigos de amigos.
Ahora
vamos a ser una última prueba. Decirlos en voz alta, enteros, con
apellido y con posibles apodos. Y si no sale nada, la próxima lanzamos
una encuesta pública de la que seguramente no va a salir el nombre final,
pero por ahí nos hacemos de una larga cantidad de nuevas posibilidades
para seguir probando, aceptando, rechazando y haciendo girar la rueda,
hasta que finalmente, como la casa, el nombre caiga.
El primer hijo es una
revolución. Está claro. Y el segundo es una segunda revolución, pero por
decirlo de alguna manera, es una revolución aburguesada.
Estamos felices y contentos pero más apaciguados, menos ansiosos y menos monotemáticos.
De repente, con 17 semanas y sexo confirmado, me di cuenta de la cantidad de cosas que no hacemos en el segundo embarazo:
-
No sacamos tantas fotos de la panza. A esta altura del embarazo
anterior ya tenía un promedio de 50 fotos. Sola, con el padre, con la
flia, con amigos. Ahora, ninguna.
- No hacemos "todas las cosas del embarazo" juntos. Obstetra, análisis, etc.
- No grabamos las ecografías. Ya me olvidé dos veces de llevar DVD. Y en la próxima ya no se va a ver nada...
- No leemos libros, libritos, sitios, revistas, etc. O por lo menos no tenemos la bibliografía en la mesa de luz.
- No compramos ropa de embarazada. Tiramos lo más que podemos con lo que hay. Al menos hasta que no quede otra.
- No esperamos deseperadamente el tercer mes para empezar a
comprar cosas, cositas, ropitas, etc para la criatura. Todavía no compré
nada.
¿qué otras cosas no hicieron con el segundo embarazo?