sábado, 2 de noviembre de 2013

De segundas vueltas, paternidades y hermanos. O cuando los padres vuelven a ser padres


Terminé de leer el "mundos íntimos" de Clarín goo.gl/VUYD29, y enseguida pensé, obviamente, en mi propia historia de familia ensamblada.
Pensé que muchas veces a las mujeres de la "segunda vuelta" nos cuesta un poco ponernos en la piel del otro, entender que todo eso que llega para nosotras con el primer hijo o incluso con el segundo, es nuevo, es prioridad, es único. Y nos parece imposible que el padre no lo viva de la misma manera.
Entendemos racionalmente que ese padre ya vivió la experiencia de la paternidad, ya vio ecografías, ya sintió emociones, desplantes y alegrías y lo podemos comprender en el plano de la lógica. Pero, seguramente, en muchas circunstancias nos resulta odiosa esa sensación de "esto ya lo vivió".

Mientras leía la nota de Martín pensaba en esa otra mirada. La de ellos. La de unos padres que, sea por una decisión concreta, por azar, porque la vida los lleva, por un deseo profundo o por lo que fuera, arrancan con la segunda vuelta. Y vuelven a ser padres.
Pero unos padres que necesariamente son diferentes. Porque, creo yo -al menos cuando la paternidad se da en el marco de una pareja-, uno es madre o padre también en relación al otro de ese par.
Quiero decir, uno es madre/padre de sus hijos. Está claro. Pero el modo de ser madre o padre también se construye con el otro. Seguramente yo sería una madre diferente si el padre de mis hijos no fuera el que es. Y, claro, el papá de mis hijos es un padre diferente que el que fue y es con sus hijos anteriores.

Es casi una verdad de perogrullo que los padres y madres son distintos con cada hijo. Por una cuestión de edad, de experiencia, de momento de la vida, etc. Pero lo que quiero decir es que en las primeras, segundas y hasta terceras vueltas de nuestras cada vez más habituales familias ensambladas, hay una construcción permanente de la mater-paternidad que tiene que ver con el par madre-padre, más allá de los cambios personales y de vida.

Y también que en esas primeras, segundas y hasta terceras vueltas de paternidad, aparece necesariamente, para bien o para mal, la cuestión de las comparaciones.
El sentido común diría, en respuesta a eso, que no se es mejor o peor padre, que se es un padre distinto. No lo sé. Y dependerá de cada una de las historias. Habrá mejores y habrá peores. Y habrá aquellos que ni siquiera se lo planteen.

Pero hay algo de lo que dice este padre cincuentón en segunda vuelta que me generó una profunda identificación y que tiene que ver con la forma en que estos ensambles construyen también "nuevas fraternidades".
Dice Martín: "Me ilusiono con ver cómo Juan y Lu preguntan por sus hermanos cada vez con mayor frecuencia. Y me hace feliz cuando mis hijos llegan a casa y los mellizos, como a quién se le aparece un prodigio, se quedan absortos mirándolos. Mis hijos adultos empiezan a tener un vínculo con ellos. Es una relación incipiente, de a poco los alzan, juegan, hablan. A veces me pregunto cómo serán todos ellos en diez, veinte o treinta años".

Y es ahí donde encuentro una clave. Cuando los hermanos se ríen, se esperan, se abrazan o se pelean. Cuando cada mañana antes de ir al jardín Vicente pregunta "¿hoy vienen los hermanos?". Cuando entre los tres, aún con edades bastante diferentes, hablan de dónde va a dormir o dónde va a comer Salvador, el cuarto que está llegando. O cuando el grandote, ya adolescente, el del medio y el más chico se juntan a lo bruto, bien de varones, al grito de "abrazo de hermanos". Es ahí, digo, cuando las vueltas, sean primeras, segundas o la cantidad que sean, se juntan en una sola.