Las mujeres que
laburamos muchas horas, tenemos intereses varios, actividades y además
hijos, solemos correr entre el agotamiento y la culpa, las ganas de
estar presentes y las ganas de estar más bien en otro lado, el interés
por el jardín, la escuela y las actividades extra y la férrea voluntad
de que no nos insistan con la participación.
En esa precisa
disyuntiva estaba el día en que acepté la propuesta y respondí el mail
diciendo que sí, que me anotaba en el grupo de teatro de mamis para
hacer festivales musicales en el jardín.
"¿Me acompañás a la sala?, no quiero que te
vayas". Entre llantos y mamitis, fue la hora de dar de baja la sopresa y contarle que mami se
tenía que ir a cambiar porque tenía que actuar.
"Buaaaaaaaaaa. No quiero. Quiero que te quedes conmigo". "No quiero que subas ahí", repetía incansablemente.
Definitivamente
mi hijo tiene desarrollado un alto sentido del ridículo. Al menos más
desarrollado que el mío y quería evitar por todos los medios semejante
humillación.
Finalmente lo logramos. Corrí rauda a ponerme el sombrero y subí al escenario.
Canté y bailé el sapito rockerito con total desparpajo mientras, durante toda la canción, Vicente se quedó upa del papá mirando hacia la pared opuesta al escenario.
Canté y bailé el sapito rockerito con total desparpajo mientras, durante toda la canción, Vicente se quedó upa del papá mirando hacia la pared opuesta al escenario.
Ni sueñen que voy a poner alguna foto. Les dejo el videíto de la canción, por si quieren imaginarlo.