martes, 31 de julio de 2012

Éramos pocos...

Siempre me gustaron los perros. Cuando éramos chicos y vivíamos en departamento, la promesa de mis padres era que cuando viviéramos en una casa nos comprarían uno.
Y así fue, llegó la Candy cuando tuvimos casa grande, con jardín. Solo que además de la casa, los que estábamos grandes éramos nosotros y la perra ya no nos importaba nada.
Por eso, yo me propuse que íbamos a tener uno mientras Vicente fuera chico, porque "es tan lindo el vínculo de los chicos con los perritos", "a él le gustan tanto los animales", "¿viste cómo se cuidan", "es tan tierno...".

Ahora bien, el único punto que no calcumos que es los perros, también pasan por la etapa "cachorros". O sea cuando Vicente ya tenía dos años, no se despertaba de noche, estaba dejando los pañales y empezaba a independizarse, llegó Pancha, una cachorra labradora de 1 mes y medio que lloraba de noche, no controlaba esfínteres, mordía pies, tobillos, muñecas y manos, y tenía que ser vacunada y controlada por el veterinario cada 15 días.
Y no nos olvidemos de un detalle. Vicente todavía era chico, el más chico de la casa, el rey absoluto, depositario de cuidados y mimos. ¿Quién dijo que él iba a adorar a esa pequeña bestia negra y peluda que llegaba a disputarle cariño y atención? eh?! ¿quién dijo? ¿Y quién dijo que sus hermanos mayores, que ya tenían otros tres perros "creciditos y tranquilitos", en la casa de la mamá, iban a amar y a cuidar con ternura a la fiera mordedora recién llegada? ¿Quién?
Las plantas de la terraza se sometieron sumisas a la nueva dictadura canil. No opusieron resistencia. Mis medias, pantuflas, pijamas y algunos pantalones tomaron rotativamente el lugar de víctimas.
Pero está clarísimo, la más afectada fue mi autoestima. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo no me di cuenta a tiempo? ¿Cómo es posible que nunca, ni cuando vas a tener un hijo, ni cuando vas a tener un perro, alguien nos avise lo que se viene? Eh!