Estoy
de viaje. Por trabajo pero no por obligación. Es una invitación
asociada al trabajo pero podía haber dicho que no. No viajo mucho pero
siempre que lo hago me pasa lo mismo. Llega la propuesta, pienso si
puedo, quiero, conviene, lo hablo en casa, vemos cómo sería y digo que
sí.
También, lo que siempre me pasa es que parto de un gran
entusiasmo inicial y cuando se va acercando la fecha me agarra la
angustia. Porque son varios días, porque el niño me va a extrañar, por
la organización familiar, etc., etc., etc.
El primer paso,
entonces, es la obsesiva planificación de todo lo y los que se quedan
aquí: menúes, actividades, cambios de horarios, notitas en el cuaderno,
28 papeles en la heladera con indicaciones varias y arrojamiento
permanente de datos e información al padre de la criatura de cosas que
hay que tener en cuenta. Ya sé, de memoria, que todo va a estar bien,
que la mitad de mis notas no serán leídas ni seguidas al pie de la
letra, que los menúes pueden cambiar y que todo, de todas formas,
seguirá su curso.
Esta vez, le sumamos que en el momento de la
invitación y la decisión, todavía no había embarazo, por lo tanto
Vicente no estaba tan pegote y mamero, ni yo tan sensible.
Entonces
pasó lo de siempre. Largas y monotemáticas notas y recomendaciones,
organización y sugerencias y la angustia de las horas previas.
Y ahí, justo antes de que llegara el remise para Ezeiza escuché la pregunta "¿y entonces para qué te vas?"
Y a mí me quedó rebotando el ¿por qué me voy?
Estas son algunas de las respuestas que fueron apareciendo desde que me subí al avión:
- Me voy porque me gusta mi trabajo.
- Me voy porque es una hermosa oportunidad de conocer gente, lugares, experiencias, diversidad de miradas, maravillosas obras.
-
Me voy porque está bueno bañarse durante media hora en un cuarto de
hotel y pasarse otra media hora poniéndose crema sin que nadie te abra
la puerta.
- Me voy porque también está bueno, de vez en
cuando, no pensar que quedó en el frezeer para la noche y sentarse a
comer sin saber qué vas a comer.
- Me voy porque son pocas las
veces en que puedo agarrar un libro y terminarlo en las dos horas y
media entre que arranca el pre-embarque y aterriza el avión.
Pero también,
- Me voy porque tengo al lado a un hombre maravilloso que me apoya, me banca, me sostiene.
- Me voy porque mi hijo tiene un padre maravilloso que puede apoyarlo, bancarlo, sostenerlo y mimarlo.
- Me voy porque sé que está bueno disfrutar el laburo y apasionarse con él, al menos cuando las circunstancias lo permiten.
-
Me voy porque sé que a pesar de extrañarme y enojarse, nada va a ser
mejor para Vicente que tener a una mamá capaz de ser feliz y disfrutar
más allá de la maternidad.
Y además, por supuesto, le van a encantar los regalitos.
Genial. ¿De qué trabajás?
ResponderEliminarEstoy "en la tele". Soy responsable del área de contenidos del canal pakapaka. Ahora quiero saber xq te retaron!!!
ResponderEliminarLos viajes por trabajo no siempre son fáciles para una mujer-madre-esposa. Para los hombres es mucho más fácil. Relajate, tomaste la decisión adecuada en el momento justo, después, con dos críos, la cosa necesitará una planificación más laboriosa. Disfrutalo sin culpa.
ResponderEliminarMe retaron? no me acuerdo
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