jueves, 23 de mayo de 2013

Actos para todos

Siempre renegué de los actos escolares en los jardines. Me parecen horrendas esas situaciones en las que los nenes chiquitos disfrazados de no saben qué, intentan seguir un paso, repetir la letra de un verso o de una canción, se les caen los moños, levantan el brazo izquierdo cuando correspondía el derecho o lloran, desconsoladamente, arriba del escenario porque no quieren estar ahí.
Lo odiaba también en mis épocas de maestra jardinera, cuando me tocaba, muy a pesar de mi voluntad y opinión, armar coreografías ridículas o escenas de ficción con poca gracia, salvo para padres y abuelos que solo se interesaban en sacar fotos a sus hijos, sin importar demasiado qué pasaba arriba del escenario. O cuando las maestras, mis compañeras -y en alguna ocasión yo misma-, terminaban también en el escenario moviendo los brazos de los pibes para que pareciera que actuaban.
Acordé -por suerte acordé en algo- con la directora del jardín maternal al que fue Vicente hasta los dos años, poruqe era de la opinión de que los chicos no actuaran y en vez de eso, para fin de año organizaban jornadas de juegos y cosas por el estilo.
Pero ahora el niño entró en sala de tres. En la escuela pública. Y por más intentos de que los disfraces no sean excesivos y de que no importe si baila o no, ni de las frases de la seño tipo "no esperen que hagan una cosa muy grande, son chicos", terminé preguntándole "¿de qué vas a actuar?, ¿me mostrás el baile? ¿qué van a cantar?", etc.
Ayer, mientras corría del laburo al cotillón para comprar la faja y el chabot, me preguntaba cómo había sido el tránsito entre esas opiniones anti-acto y este presente de casa de cotillón. Y también me preguntaba si Vicente estaría contento, si iba a querer bailar y si yo me iba a comportar como todas las madres del planeta, desesperada por sacar una foto, mientras se limpia los mocos de la emoción.
Finalmente, no sé si Vicente va a estar contento, si le gustara o no bailar, si seré de las que lloran y sacan fotos, o no.
Como siempre, los niños tienen todas las respuestas. ¿La de Vicente? Escarlatina.
Tendré que seguir cuestionándome hasta el 20 de junio.

1 comentario:

  1. yo tuve 3 experiencias: una la de mis hijos mayores que odiaban subir a un escenario y yo que siempre los terminaba yendo a buscar la mismo porque se descomponían de la vergüenza, llanto, pataleo y yo que había bordado, confeccionado o lo que fuese no lograba ni una foto. Luego les dije la frase mágica: a nadie le importan los hijos de los otros (cosa que sigo sosteniendo pero en otro contexto y con angustia) son 5 min a 500 metros. Y se animaron a las tablas tímidamente. Con mi hija más chica ella disfruta de disfrazarse y el escenario y tenemos disfraz por lo menos una semana, la última vez era de "mama antigua" (de 3er hijo) con el uniforme abajo porque hacía frío, con zapatillas, sin zapatitos de charol ni boludeces que son imposibles que se dejen a ésta edad. Lo peor son los discursos fuera de época y sin sentir que hacen los docentes. También tuve una etapa aún peor: que actúen los padres y me subí al escenario disfrazada de sandía..pero ya en mi infancia había bailado danzas clásicas y representaba a una lechuga arrepollada (disfraz realizado por mi madre con papel crepp) de todo de vuelve, el público se renueva y por suerte no quedaron testimonios fílmicos

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