En el post anterior contaba algo de lo que me pasaba a
mí, como adulta, como madre, frente a la muerte de una compañerita de
Vicente de 3 años. El dolor, la tristeza pero sobre todo la angustia de
lo impredecible, de la inseguridad, de la perspectiva irrumpida.
Días después se hizo más fuerte la cuestión de qué y cómo
contarles a los chicos que su compañerita, a la que esperaban para
"cuando hiciera calorcito" y a la que le habían hecho 10 días atrás un
mural con fotos y sus manos estampadas, había muerto.
Además de la pregunta personal y/o familiar acerca de cómo enfrentar el tema,
se sumaba un problema. Esta no es una muerte "privada" que sucedió en
el interior de la familia sino que es algo que trasciende nuestras
maneras de mirar la vida y la muerte. ¿Qué piensan o qué van a decir
otros papás? ¿Qué va a decir el jardín?
Tuve claro de entrada que algo había que decir. Los chicos tenían muy presente a Estrella, sabían que estaba enferma, la esperaban. Era necesario de algún modo que puedan cerrar esta historia. Pero ¿cómo? ¿es necesario enfrentarlos tan chiquitos a la muerte de un par? ¿tenemos derechos a provocarles esa angustia?
Tuve claro de entrada que algo había que decir. Los chicos tenían muy presente a Estrella, sabían que estaba enferma, la esperaban. Era necesario de algún modo que puedan cerrar esta historia. Pero ¿cómo? ¿es necesario enfrentarlos tan chiquitos a la muerte de un par? ¿tenemos derechos a provocarles esa angustia?
También estaba claro que, nosotros al menos, no íbamos a mentir.
Pasados
los días empezaron a circular un par de comentarios de "puerta" que me
inquietaban. "Yo no le voy a decir, a lo mejor le digo que se fue a otro
jardín".
¡Alerta!
Por supuesto había conversado con
algunas madres y padres afines, ya había expresado mi preocupación o al
menos mi intención de saber la postura del jardín, y como buena
psicoanalizada, ya había hecho llamado de auxilio a mi analista.
Por suerte, desde el jardín se convocó a una reunión.
Es
muy impresionante cuando uno se detiene un segundo a escuchar, a
escucharnos. El miedo a la muerte, el nuestro, imperaba en esa charla. Las dificultades, los
miedos que aparecían entre padres y madres asustaban. Por momentos
pensaba "qué poca confianza en sus propios hijos" y por otros me daba
cuenta de que todos, aún con opiniones diferentes, estábamos enfrentándonos
con nuestras propias angustias, con nuestros propios miedos y con el
profundo deseo de no tener que decir nunca a nuestros hijos que el
dolor existe, que todos no vamos a morir, que la vida es también eso.
Ante la impotencia de la muerte nos morimos de miedo y el
miedo nos hace hacer y decir cosas absurdas. Ayer mismo, por ejemplo,
cuando una mamá de otra sala, enterada de la situación, mandó un mail
avisando que cambiaban el texto del cuento de Blancanieves para la obra
que haríamos ese día, sacando toda referencia a palabra muerte, morir,
matar, ataúd.
Confieso que me violenté un poco y contesté, sutilmente, pero contesté. ¿Es posible que
desvaloricemos tanto a los chicos? ¿Realmente creemos que algún chico
sufrirá más o menos el dolor o la angustia de la muerte porque el cuento
que escuchó 800 veces, esta vez no dice la palabra morir?
Finalmente, entre los padres de la sala logramos un acuerdo: No mentiras. Hay que cerrar la historia. Para que no les sea tan brusco, lo primero será contarles que Estrella no va a volver. Y sobre todo escucharlos, abrir la cabeza a sus preguntas o a sus no preguntas. Y responderlas con la verdad.
Casualmente, esta mañana leía un texto de
Mercedes Minnincelli sobre infancia y subjetividad: "Cada niño se crea una
explicación del mundo y de lo que acontece. Cada niño inventa una y otra
vez cuando explora el mundo circundante, sus propias explicaciones
respecto del porqué de las cosas y, nos pone a prueba en las respuestas
que les damos hasta llevarnos a ese punto de no saber cómo responder. De
eso se trata, De llevar al adulto a ese punto de misterio, de
confrontación con lo que no tiene respuesta cierta y única por más
avance que el conocimiento científico pueda aportar a nuestra época.
(...) Pareciera que, los mayores no estuviesen dispuestos a hallar ese
momento de incertidumbre en el cual las nuevas generaciones en general y
cada niño en particular los implican."
Minnincelli habla también de la necesidad de esas ceremonias mínimas que instauran a través del lenguaje, de los mitos, de las leyendas, de los cuentos un lugar significativo para que los chicos encuentren "aliados imaginarios" para erradicar a los monstruos que los acechan.
Minnincelli habla también de la necesidad de esas ceremonias mínimas que instauran a través del lenguaje, de los mitos, de las leyendas, de los cuentos un lugar significativo para que los chicos encuentren "aliados imaginarios" para erradicar a los monstruos que los acechan.
Poner la palabra, poner historias, poner la verdad.
Les dejo un bello cuento de Laura Devetach, Monigote en la arena, que se acerca de una manera bella, poética y llena de palabra a la crueldad de la muerte.
Monigote en la arena (Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1984. Colección Libros del Malabarista).
La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola —dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
—¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu —cantaron las nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
—Crucri crucri —cantaron las hojas voladoras—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
—No puede ser —decía con su vocecita de castañuela de arena—, todos me quieren pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo —les dijo—, no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
—Crucri crucri —dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
—¿Un monigote de arena? —silbó con alegría—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla", hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.